Ana Gamarra

Villa 1-11-14, Bajo Flores

“Se contagiaron 50 voluntarias y el resto trabajamos 15 horas”

Ana Gamarra

Villa 1-11-14, Bajo Flores

El Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) tiene cuatro comedores en el barrio del que dependen 2500 personas, uno de ellos a cargo de Ana. Entregan almuerzo y merienda y los jueves hacen ollas populares. De las 250 voluntarias, 50 se contagiaron de coronavirus, una falleció, y el resto llegó a trabajar 15 horas por día para responder a la creciente demanda. “A pesar de que tenemos todo el cuidado posible, muchos de los familiares de las compañeras se contagiaron y también ellas. Por suerte, la mayoría ya regresó a trabajar”, cuenta Ana, de 36 años. Se dividen en grupos y, cuando en uno hay un positivo, todos los miembros hacen la cuarentena. “Tenemos horario de entrada pero no de salida. Hay que tener mucho temple para trabajar en esto, porque la pobreza te cala los huesos. Tratamos de llegar a los peores casos, porque no podemos asistir a todos”, dice la mujer. Hay días en que la carga se siente demasiado pesada pero, aún así, se levanta: “Para muchos, la comida que le entregamos es la primera del día. Hay mamás que no comen para darles a sus hijos y abuelos que están abandonados”. La mercadería no alcanza y hacen malabares. Su reclamo es que les sea reconocida su “labor como trabajadoras esenciales” algo que, según Ana, la pandemia volvió más notorio.

Delia Velázquez

Barrio Satélite, Moreno

“Tenemos miedo de enfermarnos y no poder seguir ayudando”

Delia Velázquez

Barrio Satélite, Moreno

La asociación civil Los Chicos del Arbolito da merienda y cena dos veces por semana a casi 300 familias (antes de la pandemia eran 57). “Tuvimos familias enteras contagiadas de Covid-19 a las que hay que llevarles la comida”, cuenta Delia, de 36 años y una de las fundadoras. “Tengo miedo de enfermarme y no poder seguir con esto que ayuda a tantas personas. Y también por mi vieja, mi hija que sufre de los bronquios y la gente mayor. Cumplimos con los máximos cuidados y no dejamos de hacer nuestro trabajo”, detalla. Si bien muchas de las familias toman las medidas necesarias para prevenir el contagio, otras no, por desconocimiento o falta de conciencia. “Todo el tiempo les pedimos que respeten la distancia y que usen barbijo. A los que no tienen, se los damos. Sabemos que cada uno que viene a la olla tiene hijos, hermanos y abuelas”, dice Delia. Cada 15 días, compran mercadería en el Banco de Alimentos. También reciben ayuda del municipio, de una pollería y de la CTA de Moreno. “Es una cadena solidaria”, describe Delia. Su sueño es que la asociación se convierta en un centro cultural. “El lugar se inunda y estamos tratando de conseguir chapas y material para hacer los baños. Pero los precios se fueron por las nubes”, se lamenta.

María Rodríguez

Villa Azul, Quilmes

“Con el aislamiento, tuvimos que cerrar unos días”

María Rodríguez

Villa Azul, Quilmes

El comedor Los chicos de Azul es una iniciativa familiar que asiste a 200 personas. Cuando María –responsable de la cocina– y su pareja se contagiaron de Covid, sus padres y hermanos tuvieron que quedarse a cargo. “Tenemos un grupo de WhatsApp de gente que necesita cosas de forma urgente y cuando nos contagiamos, mi papá, que es hipertenso y persona de riesgo, salía todos los días a repartir el pan”, recuerda María, que tiene 22 años y con su novio fundó además una escuelita de fútbol. Durante el brote que hubo en Villa Azul, desde el comedor ayudaron al municipio a identificar los casos y generar conciencia. “Mi papá tuvo que pintar en el piso de los pasillos las líneas para que la gente tomara distancia mientras esperaba su tupper. Además, les exigíamos barbijo y les poníamos alcohol en las manos”, cuenta María. Cuando el barrio fue vallado como una medida del gobierno bonaerense y las autoridades municipales ante el aumento de casos, el comedor tuvo que cerrar por unos días. Después volvieron a abrir, entregando mercadería para el desayuno, ya que no tenían la suficiente para el almuerzo. Esta semana comenzaron a prepararlo nuevamente. “Al principio fue un caos. Pero a la vez se despertó mucha solidaridad entre vecinos y el barrio se unió un montón”, asegura la joven.

Mirna Florentín

Villa 21-24, Barracas

“La solidaridad entre vecinos se potenció en la pandemia”

Mirna Florentín

Villa 21-24, Barracas

Entre los dos comedores que la asociación Amigos del Padre Pepe tiene en la villa 21-24, dan de comer a 700 personas por día, incluyendo a muchas con enfermedades crónicas. A pesar de que casi todos los voluntarios se contagiaron de coronavirus, el comedor a cargo de Mirna Florentín siguió funcionando gracias a una red de colaboradores. “Somos tres equipos de trabajo, en total 20 personas, y aunque nos cuidamos muchísimo, solamente cuatro dieron negativo en el hisopado”, cuenta Mirna, ya recuperada. Al principio, el dolor del cuerpo no les llamó la atención: “Alzamos todos los días muchos bultos. Pero cuando dos cocineras tuvieron el positivo, se activó el protocolo. Fueron semanas muy duras de trabajo porque hay cubrir a los compañeros”. La solidaridad entre vecinos se potenció durante la pandemia: “Hay muchos que se ofrecen a llevarle la comida a los que no pueden porque están haciendo el aislamiento”, cuenta Mirna. Los vecinos que murieron a causa del Covid-19 son para ella una herida abierta. “Es muy doloroso. Tuvimos mucho miedo porque hay compañeras con problema de salud graves. Es un estrés no saber qué te puede pasar”, dice Mirna, que empieza su día a las 6.30 en el comedor y vuelve a su casa pasadas las 19.

Franco Armando

Barrio 31, Retiro

“Desde que mi vieja falleció, sus hijos no comprometimos a seguir su legado”

Franco Armando

Barrio 31, Retiro

A principios de los 90, Gladys Argañaraz, líder comunitaria del Barrio 31, fundó junto a su marido el comedor Comunidad Organizada en su casa. Empezó como una olla popular y se convirtió en un emblema de la organización vecinal y la lucha por la urbanización. Hace un mes, luego de que ella, su marido y varios de sus hijos se contagiaran de Covid-19, Gladys, que tenía 69 años, falleció. Su familia se comprometió a seguir su legado. “El comedor era todo para ella. A las seis de la mañana estaba limpiando y empezando a cocinar. No dudamos en seguir con esto: es lo que le hubiera gustado”, cuenta Franco, de 38 años y uno de los ocho hijos de Gladys. El comedor da unas 140 raciones de comida mediante bolsones semanales. “Cuando toda la familia estuvo en cuarentena tuvimos que cortar el suministro por 15 días, pero después volvimos a empezar. Tomamos dimensión de cómo el laburo que mi mamá hizo sola durante 30 años, lo tienen que hacer hoy cinco personas”, detalla Franco. El compromiso de los hijos y las hijas es ampliar el centro comunitario y lograr que los vecinos que trabajan de forma voluntaria, “sean reconocidos con un salario”. Dar respuesta a la creciente demanda por un plato de comida, es el motor que los hace no bajar los brazos.

Verónica Hernández

Villa 1-11-14, Bajo Flores

“Además de un plato de comida, brindamos contención”

Verónica Hernández

Villa 1-11-14, Bajo Flores

Hasta hace unas semanas, en el comedor Sol Naciente colaboraban 30 voluntarias. Hoy, son 10. Tomando todas las medidas de prevención, buscan cuidarse y cuidar a sus vecinos. Antes de la pandemia, asistían a 450 personas y actualmente a 720. En ningún momento cerraron, aunque tuvieron tres casos positivos entre sus colaboradoras. “Hoy tenemos distintos grupos: el que sale a llevarles la comida a los ancianos, el que prepara cena y merienda, y el que hace desayuno y almuerzo”, cuenta Verónica, fundadora de la organización y enfermera. Y agrega: “La pandemia nos cambió todo y cambió además la necesidad de la gente, porque si bien la comida sigue siendo la más importante, también está la de elementos de higiene y limpieza para prevenir contagios”. El aumento de la demanda vino acompañado de una baja en las donaciones. En resumen: más bocas para alimentar y menos alimentos. “Empezamos a contarle a la gente la verdad: que la comida no alcanzaba pero que lo que había, lo íbamos a compartir”, sostiene Verónica. “Hoy estamos trabajando en lo urgente sin dejar de lado lo importante, la población que tenemos necesita no solo el alimento sino también la contención permanente: tenemos que estar de lunes a lunes y repartir aunque sea galletitas y leche”, concluye.